Durante tres días, a primero de mayo de 1850, y con el teatro lleno de un público sorprendido, actuó en Cádiz el inventor Laschoit, que anunciaba su espectáculo como 'Cuadros disolventes', con los que pasaba de las pirámides del desierto al interior de una catedral, los baños turcos o una vista nocturna de San Petersburgo, en la que deslumbraban las brillantes luces de sus paseos.
Laschoit había conseguido mediante espejos y lentes, reflejar en una lona blanca que ocupaba todo el escenario, grabados y pinturas, provocando la proyección a través de una lámpara de gas.
Pero Laschoit fue un poco más allá, y en Cádiz instaló dos artilugios iguales, de manera que disminuyendo la luz de uno, e intensificando la del otro, aparecían y se desvanecían, sucesivamente, las imágenes ante la admiración de los espectadores.
Se había puesto la primera piedra para los montajes audiovisuales que un siglo después se harían frecuentes en charlas y exposiciones.
El acontecimiento tuvo resonancia en toda la Península y así lo recogieron los diarios y semanarios de la época; un tiempo de avances, ya que ese mismo año salía el primer sello de Correos en España.