OXIGENÁNDOME
Por Antonio Anasagasti.
Por Antonio Anasagasti.
Respiraban mis ojos el horizonte,
decorado por un aire azul y rosa,
paseaba por la arena de la playa
y me quedé encallado,
amo del momento y del mundo,
en la burbuja aún blanca de la tarde,
quieto, libre de inquietudes,
como si alrededor no hubiese nadie,
y fuese el maquinista relajado
que recorre una vía muerta
en un tren de tranquilidad.
Y de improviso,
como un obstáculo en la vía,
una ola sigilosa y muda
descorchó el mar
y el champán de la espuma
cosquilleó mis tobillos y,
con las perneras de los pantalones mojadas,
di marcha atrás con rapidez
y me alejé, mezclándome con los bañistas
rezagados que aún reposaban en la orilla.
Allí me entraron ganas de brindar
por la verbena que ofrece la vida,
porque todo pasa pronto
y solo se puede retener unos momentos,
como los racimos maduros en el sarmiento
el frenético día de la vendimia,
y yo pude disfrutarlo en paz.